Las generaciones en terapia psicológica ¿Verdaderos avances?

¿Es la cronología un argumento suficiente para afirmar que una conceptualización psicológica es mejor que otra?

Cuando hablamos de avance y progreso en ciencia…¿A qué nos referimos? ¿A acumular conocimientos?

A lo largo de los años, son muchos los historiadores científicos que al estudiar el desarrollo de la cienciahan comprobado que el avance científico no es acumulativo. Una nueva teoría no constituye sólo un incremento de lo que ya se conoce, su asimilación requiere, en muchos casos, la reconstrucción de la teoría anterior; un proceso intrínsecamente revolucionario. Kuhn  planteaba que un nuevo paradigma de un campo de estudio podía anular al anterior. Así,  la ciencia suele evolucionar de forma mucho más fluctuante y, como nos narra la historia de la ciencia, una nueva teoría en un campo de estudio concreto, por el hecho de ser nueva, no siempre tiene que suponer un avance en ese campo, sólo que esto, a veces, sólo puede analizarse cuando ha pasado un largo período de tiempo.

Si nos centramos en nuestra disciplina científica, la psicología, y su desarrollo:

¿Son mejores las terapias de tercera generación que las de primera o segunda generación, simplemente por suceder posteriormente? ¿Supuso la segunda generación (revolución cognitiva) un avance con respecto a la primera generación?

Como hemos explicado, el argumento cronológico, por sí mismo, nunca será prueba suficiente de que una posición científica, filosófica, histórica o artística sea más avanzada que otra (Freixa y Froján, 2014). Así que ya tenemos un argumento para permitirnos analizar con detalle si verdaderamente podemos hablar de progreso.

Empezando por la segunda cuestión, las terapias cognitivas, de segunda generación, se sumaron a la modificación de conducta tradicional, las terapias de primera generación. Este cambio no supuso una superación del modelo anterior ni una sustitución del antiguo por el nuevo, mucho menos una revolución. El conductismo ha sido y sigue siendo mal entendido, y habría que pararse aún más a explicar por qué sucede esto. Obviamente, el conductismo nunca ha negado la existencia de los pensamientos, de hecho se ha dedicado a su estudio de forma rigurosa y sistemática a lo largo de muchos años (podríamos enumerar múltiples obras y estudios sobre conducta verbal desde antes de Skinner, hasta llegar a éste y los extensos desarrollos posteriores). Lo que sí ha hecho el enfoque conductual al estudiar el pensamiento es estudiarlo como conducta que es, atendiendo a sus propiedades relacionales, no lo ha estudiado como un proceso adicional, como un proceso mental, pues la entidad de lo mental es más que dudosa (Ryle, 1967). De hecho, éstas son concepciones dualistas, desfasadas que ya habían sido más que superadas por el conductismo, en esa primera generación. Pero la ola cognitivista trajo de nuevo, supuestamente de forma “novedosa”, esta idea de lo mental y todos sus constructos cognitivos, por si se nos había escapado algo…. Una verdadera ironía.

¿Y qué ocurre con las terapias de tercera generación? Pues que se dedicaron, desde los años 90, a recuperar algunos conceptos “olvidados” del conductismo. ¿Olvidados realmente? Tengo mis dudas al respecto, pero desde luego, era necesario volver a desatapar las investigaciones y estudios sobre conducta verbal de los años anteriores (Sólo por mencionar algunos: Conducta verbal, 1957 de Skinner y los estudios experimentales de Sidman en los años 70).

Visto con perspectiva histórica, quizá el cognitivismo entorpeció el curso y avance de las teorías conductuales, o quizá era necesario dar vueltas y retroceder para darse cuenta de que ese no era el camino adecuado…

Lo que es claro es que la  3ª generación no es un avance que continúe la línea de la segunda generación, sino un salto,  pero un salto a lo “antiguo” para retomarlo en el momento actual. De nuevo, vemos que la ciencia no avanza de forma lineal sino en zigzag.  La tercera generación no ha incluido paradigmas nuevos a los de la primera ola, no ha incluido cambios teóricos sustanciales, ni ha recurrido a teorías o constructos relacionados con la segunda ola para “complementar” nada. Lo que ha hecho, resumiendo, es refrescar los principios del conductismo radical puramente Skinnerianos.

No estamos entonces en un mal punto, y diría, sin vacilar, que la tercera ola es un progreso frente a la segunda, pero tendría mis dudas para responder a si la tercera ola es un verdadero avance con respecto a la primera. El análisis de las terapias de tercera generación, al igual que el análisis completo de la “revolución cognitiva” merecería un examen mucho más extenso, pero eso excedería los objetivos de este texto, cuyo fin puede resumirse con las siguientes palabras, de Froján y Freixa con las que culminan su artículo:

“Esperemos (y obremos para) que en un futuro no muy lejano, más temprano que tarde, el conductismo, definitivamente despojado de las caricaturas que le cuelgan sus detractores (en la mayoría de los casos por ignorancia), sea entendido, aceptado, adoptado y considerado como el modelo que representa el progreso científico en el conocimiento de la conducta de los seres vivos a fin de poder contribuir eficazmente a mejorar su existencia y a, quizás, ayudarles a alcanzar un poco de esa felicidad a la que toda persona aspira”.

El presente texto está basado en el brillante artículo de Esteve Freixa y María Xesús Froján en el que reflexionan sobre La falacia del argumento cronológico.  Si aún no conocéis el artículo, este post sólo es un pequeño aperitivo así que debéis deteneros y dedicar unos minutos a su lectura: Artículo

Rebeca Pardo Cebrián.

6 Respuestas a “Las generaciones en terapia psicológica ¿Verdaderos avances?

  1. Estimados compañeros,

    Felicidades por la entrada y por la reflexión. Según os iba leyendo no podía evitar pensar lo que habéis llegado a concluir al final. Y es que, si la Tercera Generación supone una vuelta a los orígenes, es sin duda un progreso respecto a la segunda generación.

    No puedo dejar de mostrar ciertos reparos cuando se habla de «Tercera Generación», como si todas las terapias que la componen fueran iguales. Es cierto que tienen un nexo en común, que es volver la mirada al contexto frente a la forma y a lo interno del conductismo metodológico del que bebe lo Cognitivo-Conductual. Sin embargo, hay notables diferencias entre ellas y creo que sería oportuno evitar la etiqueta genérica que no separa la paja del grano.

    Por otro lado, me gustaría saber si el desarrollo teórico y experimental de la Teoría de los Marcos Relacionales (muy asociados con ACT) en los últimos años, os parece un avance, un retroceso o el hecho de que no aparezca en la entrada es un mero despiste.

    Gracias de nuevo. Es un placer leeros.

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    • Hola Carlos, gracias por tus aportes y felicitaciones, también para nosotros es un placer tener lectores como tú.

      Con respecto a lo que comentas sobre la Tercera Generación, efectivamente, engloba demasiadas cosas. Por un lado, engloba diferentes terapias, no todas ellas igual de válidas y sólidas teóricamente desde mi punto de vista. Por otro lado, la tercera generación no son sólo diferentes terapias sino que hace referencia a todo un cuerpo de investigaciones y desarrollo teórico particular que merece ser comentado. Exactamente, por esto mismo, no es casualidad ni despiste no hacer la crítica sobre la propia Tercera Generación, explícitamente no hemos entrado en el tema dado que se desdibujaría el objetivo que este post tenía. Creemos que merece un espacio adicional para desarrollar una argumentación más completa de los aspectos relevantes que la conforman y que así se entienda la crítica. No obstante, como se comenta en el post, la conclusión, desde esa perspectiva de análisis global del avance en psicología es que, desde luego, son un avance con respecto a la segunda generación y también aportan avances con respecto a la primera. Me alegra que hayamos despertado el interés, será un post que escribiremos más adelante y en el que recibiremos con los brazos abiertos tus comentarios.

      Como adelanto, en lo que a mi perspectiva se refiere, el largo desarrollo teórico y experimental que llevó a la TMR no puede parecerme un retroceso, al contrario, hay aportaciones interesantes y sólidas que arrojan más luz sobre la conducta verbal y era (y es) un campo de estudio de tremenda relevancia. No estoy en absoluto segura de que con las teorías clásicas se pudiera dar respuesta, de forma completa, al funcionamiento del lenguaje. Tampoco creo que ahora tengamos todo resuelto con la TMR. Aunque hay más matices importantes que hacer sobre el desarrollo teórico y experimental de la Tercera Generación, mis principales críticas van dirigidas al campo aplicado, a las terapias psicológicas a cómo se ha llevado lo experimental al campo aplicado y sobretodo en ACT y PAF, porque muchas de las otras creo que no merecen siquiera el nombre de terapias.

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  2. Pingback: Tipos de aprendizaje: ¿están todos los que son? | Ciencia y Comportamiento·

  3. Hola, felicidades por el artículo. Me gustaría hacerles tres preguntas:
    – ¿Cómo valoran que estas terapias (ACT,FAP…) estén tan publicitadas cuando aún no han demostrado mayor eficacia que la segunda generación? (Recordemos que éstas solo eran eficaces en un 40-60% de los casos.)

    -¿ Que opinión les merece la MBCT para la depresión?

    – ¿TODO análisis funcional debe acabar en Trastorno de evitación experiencial? ¿da igual que hablemos de ansiedad, depresión o psicosis? No lo entiendo.

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    • Gracias por tu comentario, nos encanta que participéis y plantéis preguntas tan interesantes.

      Con respecto a la primera de ellas, las terapias de 3ª generación comenzaron a difundirse de forma algo prematura para mi opinión. Lo hicieron de forma prematura en lo que investigación de resultados se refiere (eficacia de las terapias) y lo hicieron de forma prematura en lo que a investigación de procesos se refiere, en cuanto a la solidez de los principios teóricos en los que se sustenta. Las investigaciones sobre conducta verbal volvieron a tomar fuerza en los 90 y poco a poco se volvió a investigar con la sistematicidad y rigurosidad de los años 50-60 en modificación de conducta. Considero, en este sentido, muy positivo que las terapias de tercera generación retomasen algunos aspectos clave de la primera ola (como el estudio de la conducta verbal) y continuasen el desarrollo teórico y no sólo aplicado de nuestra disciplina pero no por ello considero que se haya avanzado lo suficiente en investigación como para vender tan rápido el un nuevo producto. O quizá la psicología necesitaba ya un cambio tan urgente (pasar de la 2ª ola y del eclecticismo) que esto hizo que se acelerase su difusión (lo cuál tampoco tiene que ser justificación)… Luego habría muchas más preguntas que hacerse: ¿hasta qué punto el producto que vendía la 3ª generación era nuevo? ¿Por qué nos inventamos nuevos nombres para «nuevas» técnicas cuando los principios de aprendizaje que las sustentan son los mismos? ¿¿Por qué si estamos haciendo, por ejemplo, una exposición (ya sea verbal o no…o con las florituras o características que se quieran) decimos que se llama de otra forma?? ¿Por qué si estamos contracondicionando una serie de estímulos verbales lo llamamos de otra forma? El nombre nuevo vende: «defusión cognitiva», «desliteralización»… debe molar, lo compran más personas y probablemente sea más asequible que entender los principios de inhibición recíproca de Wolpe (siguiendo este ejemplo).

      En cuanto a la segunda cuestión, entiendo que te refieres a la terapia cognitiva basada en la conciencia plena. Ha demostrado su eficacia en diversas investigaciones, aunque aún le quedan evidencia a favor que aportar, pero la cuestión que me sigue pareciendo más relevante tiene que ver, de nuevo, con conocer al detalle qué estamos haciendo en cada momento cuando hacemos terapia. Es decir, no sólo es importante saber que lo que hacemos ha demostrado su eficacia, sino que, como analistas de conducta, tenemos que conocer qué principios de aprendizaje se están poniendo en marcha cuando desarrollamos X técnicas de intervención. Está bien tener un amplio abanico de estrategias terapéuticas eficaces y en función del análisis funcional de cada caso y de otras características relevantes de la persona, poder elegir aquella que se ajuste más. Insisto, aplicar “cosas que funcionan” no es suficiente y no creo que suponga un verdadero avance para nuestra disciplina. Si sabemos por qué funciona una cosa u otra quizá nuestras intervenciones sean más rigurosas, controladas…más eficaces.

      La última de las cuestiones está ya medio respondida por ti misma, no? Dices que no entiendes cómo “meten” todos los problemas en una nueva categoría transdiagnóstica que se llame “trastorno de evitación experiencial”… Normal que no lo entiendas, yo tampoco estoy segura de entenderlo pero desde luego no lo comparto. Entiendo los numerosos problemas teóricos y prácticos que supone el empleo de categorías diagnósticas psiquiátricas como DSM, CIE…y entiendo el esfuerzo por crear un sistema de comunicación entre profesionales que sea más ajustado a los problemas psicológicos que presentan las personas. En este esfuerzo por categorizar los problemas psicológicos, tarea que no es fácil, al menos, atienden a un aspecto funcional de los problemas, lo cuál también me parece loable. No obstante, considero erróneo el planteamiento de que todas las personas “padecen” el mismo tipo de problema consistente (resumiendo mucho) en evitar experiencias aversivas. No todo lo que mantiene un problema psicológico tiene que ver con la evitación de estos sucesos ni con los intentos de control de los problemas…De hecho en terapia, a los consultantes le damos CONTROL, sí, un control adecuado de sus dificultades para que por sí mismos lo manejen. Con esta gran etiqueta olvidamos uno de los principios fundamentales del conductismo: el análisis funcional de cada caso, el atender a la funcionalidad e idiosincrasia de cada problema y de cada persona. Tampoco considero que el término trastorno sea adecuado… pero esto ya es enrollarme demasiado. De nuevo, surgen más preguntas: ¿Realmente es necesario tener que crear categorías diagnósticas? ¿No vamos comprobando que nos da más problemas que ayudas? ¿No es incompatible con los principios teóricos del conductismo?

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