Autocontrol

El uso del término “fuerza de voluntad” es muy común en nuestra sociedad. Peor aún, al igual que “autoestima”, tiene valor explicativo para la mayoría de legos y para muchos psicólogos. “No estudia porque no tiene fuerza de voluntad”, “ojalá tuviera fuerza de voluntad para no pedir postre”, “hay que tener fuerza de voluntad para administrar bien el dinero”. Y, como sabemos, todo este asunto es una falacia. La fuerza de voluntad no es el nivel de hemoglobina o glucosa, una sustancia del organismo que según esté alta o baja modifica nuestro comportamiento. Excusarse en ella equivaldría a decir que los elfos te han robado las ganas de comer o que un súcubo te ha hechizado. Y, desafortunadamente, la connivencia social hace que mucha gente crea que no tiene control sobre su conducta al haber nacido con poca fuerza de voluntad, teniendo vía libre para prodigarse en cualquier exceso con la seguridad de que tiene un motivo fantástico para no sentirse mal. Me pregunto cómo es que no aparece la adicción a las excusas como categoría diagnóstica del DSM.

Fuerza de voluntad es un sinónimo de autocontrol, palabra que en mi opinión es mucho más bonita y clara. Según la RAE es el “control de los diferentes impulsos y reacciones”, y sin ser gran cosa al menos no va muy desencaminada. Psicológicamente podríamos definir el autocontrol como tipo de comportamiento que posibilita la elección de recompensas no inmediatas en lugar de inmediatas; pero esto también sería rotundamente falso, al menos si entendemos recompensa como reforzador. Los reforzadores no inmediatos, por definición, no existen. Sin un manual a mano, creo recordar que la latencia de presentación de un reforzador para que éste sea tal ronda los 15 segundos. ¿Cómo demonios va a ser refuerzo de estudiar el aprobar un examen? ¿Y adelgazar de reducir la ingesta de azúcar? Eso, si llega, es tras una cantidad de tiempo psicológicamente demencial. ¿Cómo conseguimos entonces autocontrolarnos? Mediante nuestro mejor amigo (o peor enemigo), el pensamiento.

Cuando entrenamos en autocontrol a una persona hay que tener muy claros varios puntos: la presencia estratégica de discriminativos, el coste energético del comportamiento a realizar y la conducta verbal encubierta. Centrándonos en este último (que tiene que ver con el primero), un novato del autocontrol tendría que empezar a familiarizarse con frases tipo “si cumplo el horario de hoy me sentiré satisfecho” o “si consigo evitar el postre estaré un paso más cerca de mi objetivo”. Éstos deberán reemplazar pensamientos como “voy a retrasar diez minutos el comienzo” o “por una vez más no pasa nada”, y no me cabe duda de que ya habrán identificado por qué; son discriminativos que informan de reforzadores muy distintos asociados a conductas muy distintas. Si queremos autocontrol habrá que hacer desaparecer los discriminativos encubiertos que informan de recompensas de bajo coste energético y amplia intensidad (siempre que sean incompatibles con las que nos interesan), e implementar unos nuevos que informen de recompensas quizá en principio menos intensas y muy seguramente de mayor coste, pero que nos encaminan directamente a lo que queremos.

Pero tan importante es lo de antes como lo de después. Los discriminativos que he mencionado están asociados a reforzadores que también son pensamientos; ya vemos que el papel que cumplen es de importancia capital. Si bien algunos estudiantes se autoadministran algún tipo de dulce cada vez que cumplen objetivos, esta estrategia es subóptima porque podría acarrear problemas de otro tipo y porque hace que dependan de estimulación externa, cuando podrían depender de sus propios medios. (Dicho esto, para las primeras fases de entrenamiento es extremadamente útil combinar los reforzadores tangibles con el pensamiento).

De tal manera que cuando decimos autocontrol no estamos refiriéndonos a la elección de reforzadores a medio o largo plazo (cosa inexistente), sino al uso adecuado del pensamiento como medio para regular otras conductas. A la larga incluso pueden desaparecer estos pensamientos, quedando algunas conductas en modo “control estimular”, pero es difícil (que levante la mano el primero que no se ponga de vez en cuando a navegar por internet antes que a redactar historias clínicas).

Dejo de lado a propósito la cuestión de la elección. He dado por supuesto que el individuo puede elegir qué tipo de discriminativos utiliza, siendo esto potencialmente temerario por mi parte; pero el debate sobre la libertad lo dejo en manos de otros que sepan más que yo sobre este particular. Esto decía nuestro compañero Óscar hace algún tiempo.

Imagen de cabecera: «The Highboard Diver», 1936 © Archiv LRP

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